Es natural suponer que la actividad docente, el espíritu educador, amable y dado a las buenas costumbres de Juan Manuel Polar haya podido engendrar en sus ratos de ocio este genial libro, y que la obra de Cervantes, haya sido libro de cabecera por muchos años para idear, recrear y vislumbrar esta especie de tributo a tamaño escritor. Efectivamente, como educador, y a fin de prevenir y condenar males foráneos, se sirve de don Quijote y su escudero para revisar las lindes del sistema capitalista yanqui, y cómo esta discurre en aquella sociedad políticamente dominante. Se evidencia también el carácter moralizante y político de la obra, en su tendencia a criticar las costumbres norteamericanas, la ligereza con que se trata el orden moral, y el frívolo modo de vida de la gente y sus gobernantes en ese país: “Alabanza merece el que come el pan con el sudor de su rostro, pero es digno de vituperio el codicioso y avariento que pone todo su conato en el lucro y la ganancia como si para tan bajo menester hubiese sido puesto el hombre sobre la tierra”.
Para esta obra encontramos que el escritor amolda el lenguaje al régimen clásico del castellano usado en la obra de Cervantes; es fiel a los modismos, lo mismo que a las locuciones, interjecciones y refranes de la época, usando, quizá, algunos aparecidos recientemente. Aplica arcaísmos, palabras en desuso como agora (ahora), invidia (envidia), espectativa (expectativa). Asimismo, será útil saber que nos encontraremos con verbos cuyas terminaciones eran comunes en el antiguo castellano; éstas se han respetado como tales, y no son errores ortográficos de edición, por ejemplo: empezallo, descubrilla, oíllo (empezarlo, descubrirla, oírlo); encantamento, contentamento (encantamiento, contentamiento). Uno de los casos más usuales fue el cambio por “f” en los verbos y sustantivos que iniciaban con “h”, como en: facer, fizo, fazaña (hacer, hizo, hazaña). Y la retórica está más que bien expuesta en los fragmentos del narrador, así como en la voz de los personajes. Verdaderamente una obra digna de elogios; incluso detectando en ciertos casos que el autor olvidó aplicar estos patrones ortográficos en algunas páginas que el lector atento sabrá encontrar, un defecto nimio que nuestro buen entendimiento sobre el errar humano puede superar.
Don Quijote en Yanquilandia es un libro ficticio, publicado en 1925 por la Editorial Juvenilia, en Cartagena, España. Lamentablemente su difusión en el ámbito literario peruano dio poco que hablar, y considerando la escasa producción literaria de este insigne arequipeño, con el tiempo, quedó fuera del tendencioso estudio de los críticos. Sin embargo, para felicidad de pocos, se reeditó en 1958 (Editorial Rozas. Cusco), en dos pequeños tomos, siendo incluido en el 1er. Festival del Libro Sur-Peruano, dirigido por Luis Nieto; pero tres años antes, un libro homónimo saltó a la luz en España: Don Quijote en Yanquilandia (Madrid, Ediciones Ensayos, 1955), de Kenneth Graham; incluso en el mercado virtual se venden ejemplares físicos de la edición (1955), autografiada. Hay escasa o ínfima referencia biográfica y bibliográfica de este autor, pero que es mucho más contemporáneo que el Kenneth Grahame (autor de The wind in the willows) que falleció en 1932, por lo que no deben confundirse. Además la publicación de la obra de Juan Manuel Polar se anticipa a la de Graham por treinta años, razón suficiente para especular que, a sabiendas o no, el autor británico haya pretendido realizar una mejor exposición de la idea del peruano, sobre las situaciones que vivió Don Quijote en Norteamérica tras su resurrección en el siglo XX; así mismo, pudieron ambas obras o una de ellas inspirar a Orson Welles, que comenzó a rodar una película sobre Don quijote enfrentándose a las novedades de los años 50, que sólo fue estrenada después de su muerte, en 1992.
El anecdótico argumento del libro que nos viene al estudio y presentación, desde luego, inicia con una introducción de advertencia “al que leyere” el libro. Aquí el autor hace la clara pauta de indicar que un correo anónimo trajo a sus manos un manuscrito arábigo con una carta del mismísimo Benengeli, el cual procura, a quien lo poseyere, que haga el servicio de traducirlo y publicarlo, sin que Juan Manuel haya podido negarse a la petición de semejante historiador. De modo que, inspirado por tal encargo, se ve en obligación de realizar su mejor esfuerzo, investigando y consultando a expertos en lenguas vivas y muertas, pues dicha labor debía ser notablemente fiel a la historia que contaba el manuscrito arábigo y no debía perder el encanto del español con que se tradujeron las antiguas hazañas del ingenioso hidalgo. Basta decir que en esto Juan Manuel Polar demostró ser docto en la narración lineal de la historia y en muchos pasajes de la novela; supo encumbrar con denodado vulgo, como en la pluma de Cervantes, el espíritu de los protagonistas principales en su modo de pensar, hablar y actuar. En los últimos párrafos de la antesala, el autor nos explica para quiénes ha sido escrita la obra y los fines que persigue; luego la razón por la que la obra no lleva ni una biografía sucinta que haga conocer más del escritor o su procedencia; y luego el porqué del omitir una dedicatoria específica. Es magnífica la forma en que el autor protege los intereses del libro, decorando con enigmática introducción el previo relato, escapando al desdén de lectores extranjeros y compatriotas que pudieran prejuzgar por anticipado la obra con sólo conocer las intenciones y procedencia del autor. Juan Manuel se reviste humildemente; no le resulta difícil, y como un modesto servidor, más que como un notable intelectual de su tiempo, se despide firmando desde una ciudad serrana del antiguo Tahuantinsuyo.
Tratando ahora a los personajes protagonistas de la novela, el autor no desconoce que don Quijote y Sancho han fallecido, sí que es su destino —porque así lo cuenta el manuscrito heredado por Benengeli— volver a revivir esta vez en tierras lejanas a la vieja España, en el año mil novecientos y tantos; gracias a los artificios de otro personaje central de esta nueva historia: el tío Sam, gobernador de las tierras del norte de América y quien todo lo que quiere lo consigue. Como se ha dicho, el tío Sam, luego de un profundo sueño tras haber leído El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, supone que don Quijote le pide resucitarlo, y como para el tío Sam nada es imposible, se valdrá de todas las artes y las ciencias, convocando artesanos, científicos y doctos en filosofías de todo Yanquilandia, para darle vida en carne y alma junto a su inseparable escudero. La empresa tiene éxito, y tras la vivificación de ambos señores, estos son invitados a uno de los recintos del tío Sam desde donde, convencido de estar hechizado de un tiempo a otro por el mago Merlín disfrazado de este tal tío, don Quijote huye y le sigue su escudero al que más bien le rondan dudas existenciales en la cabeza. Confundidos a su vivo estilo los honorables fugitivos se libran de los cínicos cuidados del tío Sam y, transitando en la ciudad, se ven involucrados en una desventura que los conduce al encierro. El tío Sam enterado de su escape, hace un llamado a todos los estados que gobierna para que den razón de su paradero, por lo cual no tarda en ser encontrado y puesto en custodia. El tío Sam, controlando la situación y queriendo solazarse junto a sus súbditos, lo libera en la puerta de un circuito de aventuras preparadas por él, emulando sus literarias andanzas.
La edición príncipe (1925) advierte una fe de erratas a la que esta edición se ha ajustado cuidadosamente, para mantener en lo posible la originalidad íntegra de la obra; además de realizar una actualización lingüística en la aplicación de las tildes y en palabras con nimios cambios, sin afectar sustancialmente la morfología y semántica en las palabras corregidas. Se apuntan notas al pie de página con vocabulario e indagaciones que ayudarán mucho a los lectores a contextualizar el discurso del autor y sus personajes. Asimismo, se han corregido algunos deslices tipográficos bastante evidentes en la edición de Rozas (1958), que la primera edición no tiene y que merecen aclararse.
Con ayuda de la casticidad idiomática y la pluma de un consumado estilista como fue Juan Manuel Polar, don Quijote y Sancho harán gala de magníficos diálogos, memorables discursos y gloriosas hazañas antes de dar fin a la novela; final que en gustos y colores no han escrito los autores. Lo que nos da posta a redactar el apartado siguiente.