domingo, 2 de febrero de 2025

DON QUIJOTE EN YANQUILANDIA DEL GRAN PAPÁ JUAN


Es natural suponer que la actividad docente, el espíritu educador, amable y dado a las buenas costumbres de Juan Manuel Polar haya podido engendrar en sus ratos de ocio este genial libro, y que la obra de Cervantes, haya sido libro de cabecera por muchos años para idear, recrear y vislumbrar esta especie de tributo a tamaño escritor. Efectivamente, como educador, y a fin de prevenir y condenar males foráneos, se sirve de don Quijote y su escudero para revisar las lindes del sistema capitalista yanqui, y cómo esta discurre en aquella sociedad políticamente dominante. Se evidencia también el carácter moralizante y político de la obra, en su tendencia a criticar las costumbres norteamericanas, la ligereza con que se trata el orden moral, y el frívolo modo de vida de la gente y sus gobernantes en ese país: “Alabanza merece el que come el pan con el sudor de su rostro, pero es digno de vituperio el codicioso y avariento que pone todo su conato en el lucro y la ganancia como si para tan bajo menester hubiese sido puesto el hombre sobre la tierra”.

Para esta obra encontramos que el escritor amolda el lenguaje al régimen clásico del castellano usado en la obra de Cervantes; es fiel a los modismos, lo mismo que a las locuciones, interjecciones y refranes de la época, usando, quizá, algunos aparecidos recientemente. Aplica arcaísmos, palabras en desuso como agora (ahora), invidia (envidia), espectativa (expectativa). Asimismo, será útil saber que nos encontraremos con verbos cuyas terminaciones eran comunes en el antiguo castellano; éstas se han respetado como tales, y no son errores ortográficos de edición, por ejemplo: empezallo, descubrilla, oíllo (empezarlo, descubrirla, oírlo); encantamento, contentamento (encantamiento, contentamiento). Uno de los casos más usuales fue el cambio por “f” en los verbos y sustantivos que iniciaban con “h”, como en: facer, fizo, fazaña (hacer, hizo, hazaña). Y la retórica está más que bien expuesta en los fragmentos del narrador, así como en la voz de los personajes. Verdaderamente una obra digna de elogios; incluso detectando en ciertos casos que el autor olvidó aplicar estos patrones ortográficos en algunas páginas que el lector atento sabrá encontrar, un defecto nimio que nuestro buen entendimiento sobre el errar humano puede superar.

Don Quijote en Yanquilandia es un libro ficticio, publicado en 1925 por la Editorial Juvenilia, en Cartagena, España. Lamentablemente su difusión en el ámbito literario peruano dio poco que hablar, y considerando la escasa producción literaria de este insigne arequipeño, con el tiempo, quedó fuera del tendencioso estudio de los críticos. Sin embargo, para felicidad de pocos, se reeditó en 1958 (Editorial Rozas. Cusco), en dos pequeños tomos, siendo incluido en el 1er. Festival del Libro Sur-Peruano, dirigido por Luis Nieto; pero tres años antes, un libro homónimo saltó a la luz en España: Don Quijote en Yanquilandia (Madrid, Ediciones Ensayos, 1955), de Kenneth Graham; incluso en el mercado virtual se venden ejemplares físicos de la edición (1955), autografiada. Hay escasa o ínfima referencia biográfica y bibliográfica de este autor, pero que es mucho más contemporáneo que el Kenneth Grahame (autor de The wind in the willows) que falleció en 1932, por lo que no deben confundirse. Además la publicación de la obra de Juan Manuel Polar se anticipa a la de Graham por treinta años, razón suficiente para especular que, a sabiendas o no, el autor británico haya pretendido realizar una mejor exposición de la idea del peruano, sobre las situaciones que vivió Don Quijote en Norteamérica tras su resurrección en el siglo XX; así mismo, pudieron ambas obras o una de ellas inspirar a Orson Welles, que comenzó a rodar una película sobre Don quijote enfrentándose a las novedades de los años 50, que sólo fue estrenada después de su muerte, en 1992.

El anecdótico argumento del libro que nos viene al estudio y presentación, desde luego, inicia con una introducción de advertencia “al que leyere” el libro. Aquí el autor hace la clara pauta de indicar que un correo anónimo trajo a sus manos un manuscrito arábigo con una carta del mismísimo Benengeli, el cual procura, a quien lo poseyere, que haga el servicio de traducirlo y publicarlo, sin que Juan Manuel haya podido negarse a la petición de semejante historiador. De modo que, inspirado por tal encargo, se ve en obligación de realizar su mejor esfuerzo, investigando y consultando a expertos en lenguas vivas y muertas, pues dicha labor debía ser notablemente fiel a la historia que contaba el manuscrito arábigo y no debía perder el encanto del español con que se tradujeron las antiguas hazañas del ingenioso hidalgo. Basta decir que en esto Juan Manuel Polar demostró ser docto en la narración lineal de la historia y en muchos pasajes de la novela; supo encumbrar con denodado vulgo, como en la pluma de Cervantes, el espíritu de los protagonistas principales en su modo de pensar, hablar y actuar. En los últimos párrafos de la antesala, el autor nos explica para quiénes ha sido escrita la obra y los fines que persigue; luego la razón por la que la obra no lleva ni una biografía sucinta que haga conocer más del escritor o su procedencia; y luego el porqué del omitir una dedicatoria específica. Es magnífica la forma en que el autor protege los intereses del libro, decorando con enigmática introducción el previo relato, escapando al desdén de lectores extranjeros y compatriotas que pudieran prejuzgar por anticipado la obra con sólo conocer las intenciones y procedencia del autor. Juan Manuel se reviste humildemente; no le resulta difícil, y como un modesto servidor, más que como un notable intelectual de su tiempo, se despide firmando desde una ciudad serrana del antiguo Tahuantinsuyo.

Tratando ahora a los personajes protagonistas de la novela, el autor no desconoce que don Quijote y Sancho han fallecido, sí que es su destino —porque así lo cuenta el manuscrito heredado por Benengeli— volver a revivir esta vez en tierras lejanas a la vieja España, en el año mil novecientos y tantos; gracias a los artificios de otro personaje central de esta nueva historia: el tío Sam, gobernador de las tierras del norte de América y quien todo lo que quiere lo consigue. Como se ha dicho, el tío Sam, luego de un profundo sueño tras haber leído El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, supone que don Quijote le pide resucitarlo, y como para el tío Sam nada es imposible, se valdrá de todas las artes y las ciencias, convocando artesanos, científicos y doctos en filosofías de todo Yanquilandia, para darle vida en carne y alma junto a su inseparable escudero. La empresa tiene éxito, y tras la vivificación de ambos señores, estos son invitados a uno de los recintos del tío Sam desde donde, convencido de estar hechizado de un tiempo a otro por el mago Merlín disfrazado de este tal tío, don Quijote huye y le sigue su escudero al que más bien le rondan dudas existenciales en la cabeza. Confundidos a su vivo estilo los honorables fugitivos se libran de los cínicos cuidados del tío Sam y, transitando en la ciudad, se ven involucrados en una desventura que los conduce al encierro. El tío Sam enterado de su escape, hace un llamado a todos los estados que gobierna para que den razón de su paradero, por lo cual no tarda en ser encontrado y puesto en custodia. El tío Sam, controlando la situación y queriendo solazarse junto a sus súbditos, lo libera en la puerta de un circuito de aventuras preparadas por él, emulando sus literarias andanzas. 

La edición príncipe (1925) advierte una fe de erratas a la que esta edición se ha ajustado cuidadosamente, para mantener en lo posible la originalidad íntegra de la obra; además de realizar una actualización lingüística en la aplicación de las tildes y en palabras con nimios cambios, sin afectar sustancialmente la morfología y semántica en las palabras corregidas.  Se apuntan notas al pie de página con vocabulario e indagaciones que ayudarán mucho a los lectores a contextualizar el discurso del autor y sus personajes. Asimismo, se han corregido algunos deslices tipográficos bastante evidentes en la edición de Rozas (1958), que la primera edición no tiene y que merecen aclararse.

Con ayuda de la casticidad idiomática y la pluma de un consumado estilista como fue Juan Manuel Polar, don Quijote y Sancho harán gala de magníficos diálogos, memorables discursos y gloriosas hazañas antes de dar fin a la novela; final que en gustos y colores no han escrito los autores. Lo que nos da posta a redactar el apartado siguiente.




Título: Rusia en 1931
Autor: César Vallejo
Encuadernación: Tapa dura
Medida: 20 X 13
Páginas: 200
Lengua: Español 

domingo, 21 de agosto de 2022

NARRACIONES EXTRAORDINARIAS CON ILUSTRACIONES DE HARRY CLARKE

Hay en estas narraciones una invitación a la imaginación de lo oscuro, fantástico, misterioso y mundano que podemos indagar en el alma humana; condiciones que el lector deberá someter a su propia interpretación moral para definir el espacio que separa lo probo de lo insano. Lo más exquisito en el oficio de Edgar Poe puede conocerse en lecturas de amplio trote como El escarabajo de oro, Los crímenes de la calle Morgue o El misterio de María Rogét, cuyos personajes recurren a la deducción analítica para hacerse de un desenlace; mientras que destellos de genialidad vertidos en cuentos como El gato negro, El barril de amontillado, La ruina de la casa Úsher,  El corazón revelador, Berenice y otros, compilados en este excepcional volumen, dan cuenta de una propuesta por renovar el carácter gótico del terror. Sin más apremio, estas narraciones que han sido cronológicamente seleccionadas a partir de las primeras apariciones en diarios y revistas de la época, llevan anotaciones e ilustraciones que atesoran aún más este libro que se deja ver gracias a sus muchos traductores en todo el mundo. 
Con este primer volumen Editorial Trilobites inaugura su serie Biblioteca Roja, una prometedora serie de publicaciones que incluye autores clásicos del misterio y del terror, procedentes de diversas nacionalidades del mundo, de Latinoamérica, así como del Perú. 





Título: Narraciones extraordinarias
Autor: Edgar Allan Poe
Encuadernación: Tapa blanda
Medida: 20 X 13
Páginas: 408
Lengua: Español

Este volumen de más de cuatrocientas páginas a lo largo de dieciocho historias, entre policiales, de intriga y terror, está acompañado con las geniales ilustraciones del irlandés Harry Clarke (1889-1931). Imágenes con trazos perfectos y sutiles detalles de fondo que retratan con toda fidelidad el clímax escénico en cada una de estas historias.


domingo, 9 de enero de 2022

"RUSIA EN 1931" A 90 AÑOS DE SU PUBLICACIÓN



Rusia en 1931, es una obra compuesta por crónicas y testimonios con los que César Vallejo aludía a la nueva sociedad del porvenir y al progreso común que estaban experimentando los ciudadanos de la URSS antes de que esta desapareciera. El libro se publicó en Madrid, en 1931, y recibió buena acogida por la inquieta sociedad española, cuya inestabilidad político-social desembocaría, años más tarde, en una cruenta guerra civil. 
Aunque puede considerarse que su contenido haya venido a menos con el tiempo, fue un libro pionero en su momento, al recoger pormenores sociales nunca antes registrados sobre el régimen estalinista y las metas que la ex Unión Soviética proyectaba durante su Primer plan quinquenal.
Esta edición rememora, además de su exquisito reportaje, una de las facetas más intensas de nuestro genial poeta peruano: la de ser un desinteresado viajero en aras de contar todo lo visto y lo vivido en este mundo.
Esta edición, en hardcover y cintillo separador, mantiene los caracteres originales de la primera edición madrileña de la Editorial Ulises (1931, España). Y se trata de la tercera edición que se publica en suelo patrio, motivada esta vez tras cumplirse 90 años de su aparición y el revuelo que causó en el público español de entonces.

Aquí un pequeño extracto:

Al salir del Banco doblamos la esquina, donde hay un restaurante particular. Por la ventana vemos a un grupo de alemanes desayunando. Quiero conocer los precios y el menú de este restaurante, y entramos.
Los alemanes están en número de cuatro. Son turistas. Ocupan una sola mesa. No hay más clientes. Yeva y yo tomamos, junto a la puerta de entrada, una mesa y preguntamos qué se toma allí como desayuno. Té, chocolate, café, mantequilla y una gran variedad de pan y bizcochos. Tomamos té con un pastel. En todos los restaurantes de cooperativas rige el siguiente mecanismo para el consumo: se compra en la caja una ficha, en la que está marcado el alimento que se va a tomar y su precio. Esta ficha se entrega al compañero o compañera que nos sirve. En los restaurantes particulares o de nepmans se nos dice el menú, pedimos sin saber los precios y luego pagamos. Se nos cobra, naturalmente, lo que quiere el restaurante. Es el mismo sistema de muchos de nuestros restaurantes. Los dos tés con dos pasteles nos cuestan aquí un rublo y diez kopeks, o sea dieciséis francos. En una cooperativa he pagado muchas veces por el mismo consumo cuarenta kopeks, o sea seis francos. 
—¿Por qué cobra usted —le he preguntado al nepman de este restaurante— tan caros los consumos? 
—Son los impuestos que a ello me obligan —me dice—. El Estado se lo lleva todo. Mi negocio se hace cada día más difícil. Acabaré por cerrar la casa. 
El nepman pone en la cara una expresión de angustia. Viste de americana, pero pobremente. 
—¿Muchos clientes tiene usted? 
—Muy pocos. Hay días que no pasan de dos o cuatro. Mis clientes son, en general, extranjeros o kulaks de provincias que vienen a Moscú de paso.
Delante de la puerta de entrada hay un haraposo que pasa y repasa mirando ávidamente al interior. Lleva una mano metida dentro de la americana, a la altura del pecho, y su palidez es la de un hambriento o de un enfermo. Los alemanes se levantan y se van. Entonces el haraposo penetra de un salto y recoge, como un animal famélico, las migajas y desperdicios de la mesa. Algunos huesos se echa al bolsillo y vuelve a salir, lanzando miradas de loco y devorando a grandes bocados lo que encontró en la mesa. 
—¡Espantoso! —le digo a la komsomolka.
—Son los sobrevivientes del régimen zarista —me dice Yeva —. Antes, esta misma escena se veía con frecuencia. Poco a poco estos mendigos van desapareciendo. 
—Sin embargo, se me han acercado muchos a pedirme en los pocos días que llevo en Rusia. ¿Cómo me explica usted semejante plaga en una sociedad como el Soviet? Esto es realmente incomprensible.
El hambriento está junto a la puerta, triturando ruidosamente un hueso, como un perro. Advierto que no despega los ojos de la mesa donde estamos nosotros. Yeva no ha terminado su pastel. Este está casi entero. Las miradas del hambriento sobre el pastel son febriles y casi rabiosas. Nunca he visto ojos tan extraños en mi vida. Hay en la cara de este pobre una avidez agresiva, furiosa, demoníaca. A veces tengo la impresión de que va a saltar sobre nosotros y nos va a arrancar de un zarpazo un trozo de nuestras propias carnes. Se ve que tiene cólera. Se ve que nos odia con todas sus entrañas de hambriento. Inspira miedo, respeto y una misericordia infinita. ¡El apetito es, sin duda, una cosa horrorosa!
Pienso en los desocupados. Pienso en los cuarenta millones de hambrientos que el capitalismo ha arrojado de sus fábricas y de sus campos. ¡Quince millones de obreros parados y sus familias! ¿Qué va a ser de este ejército de pobres, sin precedente en la historia? Ciertamente, ha habido en otras épocas paros forzosos, pero nunca el mal ofreció proporciones, causas y caracteres semejantes. Hoy es un fenómeno simultáneo y universal, creciente y sin salida. Los remedios y paliativos que se ensayan son superficiales, vanos, inútiles. El mal reside en la estructura misma del sistema capitalista, en la dialéctica de la producción. El mal reside en los progresos inevitables de la técnica del trabajo, en la concurrencia y, en suma, en la sed insaciable de provecho de los patronos. ¡La plus-valía! He aquí el origen de los desocupados. Suprímase la plus-valía y todo el mundo tendrá trabajo. Pero ¿quién suprime la plus-valía? Suprimir el provecho del patrón equivaldría a destruir el sistema capitalista, es decir, a hacer la revolución proletaria.
Mas ya que esta supresión no vendrá jamás por acto espontáneo, por un suicidio del capitalismo, ella vendrá, tarde o temprano, por acción violenta de esos cuarenta millones de hambrientos y víctimas de los patronos. Porque el hambre puede mucho. El actual conflicto entre el capital y el trabajo será resuelto por el hambre social. La teoría de la revolución no ha hecho sino constatar la existencia y la tensión histórica de este hambre. La revolución no la hará, por eso, la doctrina, por muy brillante y maravillosa que ésta sea, sino el hambre. Y no podría ocurrir de otra manera. Una doctrina puede equivocarse. Lo que no se equivoca nunca es el apetito elemental, el hambre y la sed. De aquí que la revolución no es cuestión de opiniones ni de gustos ideológicos y morales. Es ella un hecho, planteado y determinado objetivamente por otros hechos igualmente objetivos y contra los que nada pueden las teorías en pro ni en contra. Según Marx, la historia la hacen los hombres, pero ella se realiza fuera de los hombres, independientemente de ellos.
El día en que la miseria de los desocupados se haya agravado y extendido más, descubriendo la impotencia definitiva de los gobiernos y de los patronos para remediarla y hacerla desaparecer, ese día brillará en los ojos de muchos millones de hambrientos una cólera y un odio mayores que los que brillan en los ojos de este hambriento de Moscú. El zarpazo de las masas sobre los pasteles de los ricos será entonces tremendo, apocalíptico.
Entretanto, despejemos ciertas incógnitas. ¿La revolución rusa no ha resuelto el problema de la mendicidad? ¿Cuál es el paso dado en este terreno por el Soviet? ¿La revolución mundial tendrá también sus mendigos, como tiene los suyos la burguesía? ¿Y la justicia social? Todas estas preguntas le hago a Yeva. La militante de la juventud comunista me dice: 
—Las causas de la actual mendicidad en Rusia son las siguientes: el clero, la nobleza, la burguesía y el lumpen-proletariado. La mendicidad es, repito, una supervivencia de la sociedad zarista. El clero, desposeído por el Soviet de los bienes de la Iglesia, se ha quedado en la miseria. En estas condiciones, los popes deberían trabajar para subsistir y proletarizarse, como todo el mundo. Pero, lejos de eso, han resuelto seguir el camino de la mendicidad. Mendigan los propios popes en persona y obligan a los fieles a pedir para ellos. Dos cosas se proponen realizar con las limosnas: subvenir a sus necesidades diarias y personales y acumular de nuevo capitales para la Iglesia. Este último procedimiento tiene un carácter político, pues se opone a los preceptos económicos del Soviet y tiende a promover y provocar, a base religiosa, una reacción contra el régimen proletario. La mayoría de los mendigos son enviados a pedir por el clero y para el clero. Muchas veces son obreros o campesinos que ganan lo suficiente para subsistir y que sólo piden para los popes. De otro lado, hay muchos nobles y burgueses de la época zarista, caídos igualmente en la miseria, a causa de la expropiación de sus bienes por el Soviet. Estos tampoco quieren, someterse a la nueva estructura económica, trabajando y ganándose el pan con el sudor de sus frentes, como todos los demás. Un orgullo testarudo y mal entendido los mantiene aislados y «asqueados» del mundo de los trabajadores. Prefieren pedir, cosa que me parece mucho más humillante que trabajar codo a codo con sus enemigos de clase. 
—¿A quién piden? ¿A los obreros? 
—¡Ah, no! A los nepmans, a los kulaks, a los turistas, a los industriales extranjeros. Justamente ahora vamos a Smolensky. Ahí va usted a ver a algunos nobles en desgracia. 
Smolensky es el Marché aux puces de París o el Rastro de Madrid. Después de la revolución, Smolensky se ha convertido en el mercado de los últimos cachivaches de los nobles. 
Abandonamos el restaurante del nepman. El haraposo arrebata el pastel. Yeva se da cuenta de que voy a darle unos kopeks. Le pregunto: 
—¿Debo darle una limosna? ¿Usted le daría una limosna? 
—Yo no doy nunca limosna a nadie. La piedad está reñida con la revolución. La piedad está también reñida con el espíritu soviético. La piedad es invención de las clases explotadoras de todos los tiempos. En la sociedad socialista, a la piedad reemplaza la justicia. La piedad va siempre unida a la injusticia social. El filántropo y el caritativo lo son porque saben y tienen conciencia de que deben algo a los pobres y necesitados. Por doctrina y por táctica, nos repugna la caridad. Este hambriento es un vagabundo, un bohemio, un ocioso temperamental. Es joven y fuerte. Puede y debe trabajar. Si no lo hace, es un enfermo económico, y, por desgracia, hay enfermedades incurables y mortales.
Yeva es comunista, pero yo soy burgués. Le doy al vagabundo unos kopeks y tomamos el tranvía a Smolensky. La komsomolka me dice: 
—Precisamente este mendigo es del lumpen-proletariado, palabra con la que Marx denominó a los jugadores, ebrios, vagabundos, ociosos, bohemios y otros elementos viciosos que odian por temperamento el orden y el trabajo. De estos mendigos existen también muchos en Rusia. Son, en general, jóvenes y adolescentes, hijos directos de las guerras civiles y de la primera época de la revolución. Proceden de la desorganización social, del caos de la familia, de la miseria y de la anarquía de aquellos momentos. Los niños vivían y crecían en la debacle moral más completa. El resultado es el que está usted viendo. 
—¿Qué hace el Soviet con los diversos mendigos de que usted habla? 
—Todos ellos son, como ve usted, orgánicos o lo son por motivos orgánicos, que para el caso es igual. El Soviet, sin embargo, trata de recogerlos, si son inválidos para el trabajo, y de darles trabajo, si están en condiciones de trabajar. Pero nada se puede ni con los unos ni con los otros. El pope, su agente, el noble, el burgués y el vagabundo aborrecen y huyen el trabajo y el hospicio. El Soviet ha tenido que apelar y sigue apelando a la fuerza, sin resultado. 
—¿Entonces? ¿Quiere usted decir que el problema no tiene remedio? 
—El problema lleva su remedio en sus propias entrañas. Como estos mendigos no lo son por falta de trabajo, sino por gana o actitud individual, subjetiva, íntima, orgánica, el fin de esta mendicidad no depende de condiciones sociales y económicas objetivas, sino de la moral personal y morbosa del mendigo. En este caso, la acción del Estado tiene que ser lenta, como la acción clínica para las enfermedades microbianas. A un tuberculoso no se le cura, ciertamente, operándole. El Soviet observa ante la mendicidad dos procedimientos: atraer al mendigo e incorporarlo al trabajo, y, en caso imposible, exacerbar su miseria para suprimir el mal por eliminación de la vida del mendigo. De año en año, los mendigos disminuyen rápidamente. Desaparecida esta generación derivada de la revolución y de las guerras civiles, no habrá más mendigos en Rusia, porque nuestra economía está de tal modo estructurada que no es posible el haragán, el pope, el noble ni el burgués. En el mundo proletario, el trabajo es y ha sido siempre disciplina orgánica. No tiene, usted, sino que notar que, aun en la sociedad capitalista, la totalidad de los mendigos son salidos de la aristocracia y de la burguesía. Raro es el pordiosero de origen proletario. 
—Y con los agentes o enviados de los popes, ¿qué hace el Soviet? 
—Comprobado el caso, el pope y el pordiosero son castigados severamente.

De XII / CAPITALISMO DE ESTADO Y ESTRUCTURA SOCIALISTA.
—RÉGIMEN BANCARIO.—RELIGIÓN.
—AGONÍA DE LAS CLASES DESTRONADAS




Título: Rusia en 1931
Autor: César Vallejo
Encuadernación: Tapa dura
Medida: 20 X 13
Páginas: 200
Lengua: Español




lunes, 27 de septiembre de 2021

"CÁPAC COCHA" de ZOILA VEGA: Un thriller histórico






Es una novela intrigante, enigmática y conmovedora, por la suma de pasiones humanas que despliegan sus personajes, sobre todo por las mujeres, quienes ofrecen resistencia al orden social de su época y que van siempre a la vanguardia de la libertad moral que las libre de los prejuicios instaurados en su entorno social. Una novela de índole policial que recurre al clásico estilo de novela epistolar, lo que no hace más que agigantar la habilidad literaria de su autora para sumergirnos en un ambiente mórbido que anima a los personajes de la novela, y sutil en torno a los escabrosos hechos históricos que circundan a sus héroes.  El 1 de diciembre de 1844 la catedral de Arequipa se consumió en un incendio. Inmediatamente después se inicia su reconstrucción, pero las oscuras causas del siniestro despiertan la curiosidad de muchas personas. Un médico de tendencia liberal, emprende una serie de pesquisas para descubrir la verdad de lo ocurrido, sin sospechar que las causas de la construcción y caída del monumento son tan semejantes como inverosímiles. Dos mujeres, separadas en el tiempo, narran las peripecias del pasado y el presente a través de diarios y cartas personales que nadie puede ni debe leer. La primera origina la trama con su poderosa personalidad y la segunda ordena los hechos para su mejor comprensión.   
Cápac Cocha, Premio BCRP - Novela Corta 2006.


Una novela que debe darse a conocer y redescubrirse en las escuelas secundarias. Una buena joya literaria arequipeña. Y su autora está en el indudable canon de los autores de la literatura regional que deberían estudiarse.


domingo, 29 de agosto de 2021

EL ARTE DE LA GUERRA

Las enseñanzas de Sun Tzu han prevalecido a lo largo de la historia en la mayoría de países orientales y han repercutido de manera significativa en la cultura occidental. Las pautas que el tratadista chino expone en su famoso tratado también han sido interpretadas y puestas en práctica en el ámbito empresarial y también en el político, demostrando su vigencia incluso en este siglo. 
El arte de la guerra no constituye un manual para hacer la guerra sino que, investido de la naturaleza filosófica oriental, reúne preceptos destinados a dirigir nuestras actitudes y acciones para la resolución de conflictos mediante la estrategia o la diplomacia, pues como Sun Tzu señala: “El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar”.




Título: El arte de la guerra
Autor: Sun Tzu
Encuadernación: Tapa blanda
Medida: 20 X 13
Páginas: 98
Lengua: Español
Ilustrado


Sun Tzu (544 a. C., Qui o Wu - 496 a. C. o 470 a. C., Wu) fue un estratega militar y filósofo de la antigua China. Aunque hay quienes niegan su existencia histórica, otros indicios dan cuenta verosímil de los relatos que lo señalan como un gran general al servicio del rey del Estado de Wu finalizado el siglo VI a. C. A su figura legendaria se le atribuye El Arte de la guerra, considerado como el tratado chino más antiguo de entre diversos temas referidos a estrategia militar.




    

EL PRINCIPITO (Edición desde Arequipa)

Esta breve novela escrita en primera persona nos narra los frustrados sueños artísticos de un niño que, al convertirse ya en adulto, decidió ser aviador y corresponsal de guerra. Tras la avería de su avión y un peligroso aterrizaje en el desierto del Sahara, el aviador entabla inusual amistad con un misterioso hombrecito venido de las estrellas, vestido cual pequeño príncipe, quien le acompañará y relatará diversas aventuras vividas en los distintos planetas que había visitado antes de llegar a la Tierra.
Un aviador, un principito, un zorro, una rosa, son algunos de los personajes más conmovedores de esta tierna historia, llena de mensajes éticos y filosóficos sobre la amistad y la importancia de amar lo que nos es único en la vida. 
Desde su primera aparición en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, El principito se convirtió en un auténtico clásico de la literatura contemporánea en lengua francesa. Ahora, leído por niños y adultos, este libro se traduce a todos los idiomas del mundo y continúa atrayendo el interés de nuevos lectores. Actualmente es objeto de diversas interpretaciones literarias que conciernen a la moralidad individual y algunas pistas que animan a revisar los aspectos biográficos de su modesto autor.



Título: El Principito
Autor: Antoine de Saint Exupéry
Encuadernación: Tapa blanda
Medida: 20 X 13
Páginas: 90
Lengua: Español
Con dibujos del autor




lunes, 21 de junio de 2021

MI LUCHA (Edición facsimilar, de la edición española 1935)

La historia del libro más polémico, prohibido, hecho tabú y por poco condenado al índex de los libros prohibidos por la iglesia, siempre a dado que hablar en las lenguas de muchos países.
La primera traducción de Mein Kampf, "Mi Lucha", al castellano fue oficializada y autorizada por el propio Partido nacionalsocialista NSDAP para la España llamada "Nacional" y las facciones fascistas que, pronto, se enfrentarían a la República Española de izquierda y al comunismo, aquel cruento episodio sería recordado por el mundo como la Guerra Civil Española.


410 páginas
20 x 13
Tapa blanda
Papel avena
Edición facsimilar en español


"Esta especie de libro autobiográfico, intercalado con ideas propias de la ideología política del nacionalsocialismo, tiene un origen circunstancial; pues, salvo su gusto por las historias mitológicas y conociendo ahora el nimio arte literario que jamás había manifestado Adolf Hitler antes de su fallido golpe de Estado, la concepción de este extenso documento panfletario no hubiese sido posible sin el desarrollo de ciertos eventos causales.
Como el lector habrá tomado en cuenta, no es menester elaborar una biografía sonante para poder explicar la aparición de Mein Kampf en 1925, mucho basta con las breves reseñas que aquel mismo nos proporciona. De hecho, sólo el primer capítulo de su libro será dedicado a contar ciertos aspectos biográficos que el autor considera de vital importancia en su futura carrera política. Pero mencionemos aquí algunos antecedentes que requieren inmediata consideración. Hitler nació en el Estado de Baviera en 1889; su infancia atormentada por el férreo trato de su padre y la humillada ―pero endiosadora― presencia de una madre que lo alentaba a ser un gran hombre, generaron en este niño un rudo carácter individualista, desprecio por la debilidad y un ego de artista autocelebrado. En Viena, su rebeldía quedaría tristemente forjada durante su adolescencia, tras la muerte de su madre y la negativa de las escuelas de arte a recibirlo por su indemostrado talento; la orfandad lo sumiría en un abandono moral que intentaría mitigar con un exacerbado patriotismo y una repulsión desmedida hacia los judíos a quienes culpaba de la indigencia que él y otros ciudadanos alemanes vivían por entonces. Declaró más tarde que su interés por salir de Viena y unirse al ejército alemán, se debió a que la mezcla de razas le ocasionaba “repugnancia”. 
En 1914 tuvo su gran oportunidad, el asesinato del archiduque de Austria hizo estallar la Primera Guerra Mundial y Hitler se enroló en el ejército, luchando en el frente de batalla en Francia y Bélgica, además de servir como mensajero, ganando en dos ocasiones distinciones honoríficas por su resolución y coraje. En 1918 tras quedar atrapado en un ataque con gas venenoso, Hitler fue enviado al hospital para tratar la temporal ceguera que el ataque le había causado; al poco tiempo de su recuperación recibió la nefasta noticia que le hizo arrancarse la venda de los ojos: Alemania se había rendido y fue obligada a pagar reparaciones de guerra con la firma del Tratado de Versalles. A su regreso, sin familia, sin amigos, sin trabajo, Hitler decide permanecer al servicio del ejército inmovilizado, y, sin embargo, activo en campo alemán. Grupos paramilitares conformados por soldados desempleados tras la reducción del ejército y desarme de Alemania, por exigencia del Tratado de Versalles, continuaban las escaramuzas internas con el afán de destruir el débil gobierno soviético de Baviera; y para garantizar el repliegue comunista instauraron un frente de vigilancia político y militar para mantener su autonomía. Es precisamente aquí donde Hitler recibe la labor de informante en 1919, teniendo a su cargo vigilar las reuniones del Partido Obrero Alemán, el cual era nacionalista, pero se temía que fuese socialista o comunista. Tras una polémica intervención en una de sus reuniones Hitler se une al partido con un ideario propio y un insoslayable talento para el discurso mordaz, de cara al fascismo. Su talento llamó la inmediata atención de los socialdemócratas, nacionalistas e inversionistas judíos que vieron en él una oportunidad para mantener a raya la amenaza comunista, y comenzaron a apoyarle económicamente, no sin antes relacionarlo con amistades privilegiadas. Dentro de los altos círculos sociales donde ahora frecuentaba conoció a Rudolf Hess, Hermann Göring, Ernst Hanfstaengl y Alfred Rosenberg.
Siendo ya el líder, el portavoz y la imagen visible de su partido, renuncia al ejército en 1920 para avocarse a la refundación y administración del ahora Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP). Hitler recurre al amedrentamiento de sus adversarios políticos con la ayuda de un escuadrón de excombatientes, “camisas pardas” o las SA, comandados por Ernst Röhm, a quienes compensaba ecuménicamente por sus servicios para así favorecerse políticamente, estableciendo el temerario e indiscutible “principio del liderazgo”. Alentado por este crecimiento, Hitler se sintió capacitado para tomar el poder, pero concluyó primero que necesitaría del apoyo de las fuerzas políticas de Baviera y de sus guarniciones militares. 
En 1923, Francia procede a invadir terreno alemán, la razón había sido el retraso del pago de reparación de guerra a este país. El gobierno alemán del presidente Hindenburg, convocó a la resistencia no violenta de su nación, pero esta actitud no dio resultados y se tuvieron que reanudar los pagos; el Canciller alemán Stresemann ya preveía la insatisfacción de los nacionalistas y comunistas, así que declaró estado de emergencia nacional y armó de autoridad al comandante del Ejército, el General Hans Von Seeckt. Pero el tradicionalmente autónomo Estado de Baviera no estaba dispuesto a aceptar esta autoridad central e inmediatamente propuso su propio estado de emergencia con el ministro Gustav Von Khar al mando. Hitler vio en esta coyuntura de inestabilidad política la oportunidad que necesitaba para realizar su marcha hacia Berlín, pues había logrado insertar en las filas de su partido al anciano General Erich Lundendorff con quien esperaba contar para ganarse el respaldo del ejército llegado el momento. Sin embargo, ante la negativa de Von Khar de trazar acuerdos comunes con Hitler y sus aliados para resolver la delicada situación, y ante la amenaza de Stresemann de arrestar a los líderes nacionalistas y usar la fuerza contra el estado bávaro; Hitler veía reducidas sus posibilidades de escalar en el poder. Él pensaba que Von Khar dimitiría ante el Gobierno central restableciéndose así el orden o, en el peor de los casos, que éste lograra su cometido y se impusiera la independencia de Baviera. Por estas razones Hitler efectuó el arriesgado plan de secuestrar a Gustav Von Khar, al comandante del Ejército en Baviera y al jefe de la policía regional; intentaría convencerlos de pasarse a su bando, marchar hacia Berlín y tomar el poder por la fuerza.
Llegado el 8 de noviembre de 1923, Hitler y su comando de “camisas pardas” irrumpen en una reunión de líderes de todas las facciones políticas, liderada por Von Khar en una cervecería a las afueras de Múnich. Tras ello realiza una proclama revolucionaria nacional, anunciando que formaría un gobierno provisional con el apoyo de Von Khar y los mandos militares locales, pero estos últimos, aprovechando de la ingenuidad del anciano Ludendorff, huyen del recinto y organizan una ofensiva contra los golpistas. Es así que el 9 de noviembre Hitler ve diezmada su fuerza de ataque, cuando le informan que su unidad militar nazi comandada por Ernst Röhm fue traicionada y que yacía rodeada en el Ministerio de Guerra; pero Hitler fue convencido por el General Ludendorff de que el ejército y la policía no dispararían contra él y se le unirían; así que tomaron la calle, ante lo cual la policía no se replegó, abriendo fuego contra la cadena humana de Hitler y sus partidarios, iniciándose un tiroteo. La reyerta trajo como resultado la muerte de catorce golpistas y cuatro policías. En el caos imperante Hitler alcanzó a huir con un brazo herido y se refugió en la casa de Ernst Hanfstaengl, donde finalmente fue arrestado y se dice sin prueba alguna que antes de ello intentó suicidarse.
Fue arrestado el 11 de noviembre, bajo el cargo de alta traición y de ser enemigo del Estado. Al mando de su partido, Alfred Rosenberg asumiría el liderazgo temporalmente. Para Joachim Fest, el fracaso del golpe marcó un antes y un después en el aprendizaje de Hitler e inició su verdadera entrada en la vida política.
Su juicio en febrero de 1924, atrajo la atención internacional, y lo aprovechó como plataforma política para difundir su movimiento. Hitler impresionó a los jueces con su convincente discurso nacionalista, y tuvo tiempo casi ilimitado para hablar en su defensa, asegurando ante el tribunal que lo único que había intentado era devolverle el orgullo a su nación. Ante la sorpresa de todos, mientras los demás participantes del golpe como Lundendorff declaraban su inocencia o se deslindaba de toda responsabilidad a personajes como Gustav Von Khar por supuesta coacción, Hitler se declaró culpable; asumió la responsabilidad por el atentado y especificó ser culpable de velar por los intereses del pueblo alemán, y que eso no debería ser un crimen. “No existe la alta traición contra los traidores de 1918”, dijo, refiriéndose a los líderes “cobardes” que dieron por perdida la Gran Guerra, aquel parlamento “incompetente” que firmó el Tratado de Versalles y que trajo la ruina económica a su nación.
En abril de 1924, la Corte declaró a Hitler culpable de traición para el regocijo de sus adversarios. Pero fue sentenciado a una multa de 200 Marcos de Oro y a sólo a 5 años de prisión en la fortaleza de Landsberg, cuando la Constitución estipulaba cadena perpetua para este tipo de crímenes. Su tiempo en prisión se acortaría debido a beneficios penitenciarios que le dieron el derecho a solicitar la libertad condicional pasados nueve meses. Durante su estancia en la prisión Hitler recibió un trato privilegiado por parte de los guardias y se le permitió recibir cartas y visitas; aquello lo mantenía bien informado sobre las acciones de su partido.
Estos fueron en esencia los acontecimientos que lo llevaron a redactar Mein Kampf durante su estancia en la prisión. La idea fue propuesta por Gregor Strasser, por entonces nuevo líder del NSDAP. Irónicamente Hitler sentía cierto desdén por los escritores, como deja ver en el prólogo de su libro: “El progreso de todo Movimiento trascendental en el mundo se ha debido, generalmente, más a grandes oradores que a grandes escritores”. Por eso se dijo que, a manos libres, dictó el contenido de Mein Kampf en el verano de 1924 a diversos secretarios, siendo Rudolf Hess el más compenetrado por acompañarle en prisión tras haber participado en el frustrado golpe de estado. Pero resaltemos que no todo el libro fue escrito en Landsberg, así que Hittler debió terminar el mecanografiado del primer volumen por su cuenta, tras su libertad condicional, en la casa de retiro de Berchtesgaden. El libro sería financiado en gran parte por su amigo Ernst Hanfstaengl, quien editaba libros de arte en América. Inicialmente Hitler quiso titularlo Cuatro años y medio de lucha contra las Mentiras, la Estupidez y la Cobardía. Ciertamente se trataba de un título impactante a juicio de su autor, pero su editor y coordinador de las publicaciones nazis, Max Amman, le sugirió un título más corto, rotundo y comercial. Hitler aceptó y el 18 de Julio de 1925 se publicó en Alemania un primer volumen del libro titulado Mein Kampf (Mi lucha), bajo la supervisión de la casa editorial del Partido, la Franz Eher Nachfolger GmbH. 
El libro tiene características autobiográficas; pero en este también se mencionan algunos acontecimientos políticos de la época, así como una exposición ideológica de sus planes de gobierno en un futuro Estado alemán nacionalsocialista. Enfatiza su amor por los orígenes, la “pureza” y cultura del pueblo alemán, denunciando que existía un complot judío para destruir la economía y cultura alemana en pro del dominio mundial, culpándolos directamente a ellos y a los comunistas por la derrota de la Primera Guerra Mundial y que había que erradicar tales “plagas”. Una de sus fuentes de inspiración es el libro El judío internacional (1920), del famoso industrial y antisemita estadounidense Henry Ford, financiero de Hitler; él es el único ciudadano estadounidense citado en Mein Kampf. También resalta que las hostilidades franco-germanas acabarán sólo con la destrucción de Francia; y reivindica la vieja idea nacionalista de movilizarse hacia el Este, aquella necesidad de ganar “espacio vital” para los alemanes, sugiriendo la invasión de los Sudetes a expensas de Rusia (la URSS), pese a que allí ya estuvieran asentados algunos pueblos; pero Hitler insiste en derechos históricos que reclaman para Alemania aquellas tierras. 
Hitler se hacía ver a sí mismo como el “Übermensch” (superhombre), basándose en la filosofía del alemán Friedrich Nietzsche, como lo menciona en su libro Así habló Zaratustra. Un superhombre capaz de generar su propio sistema de valores, considerando bueno aquello que proceda de su voluntad de poder. Destaca la importancia de la identidad étnica y de cierta homogeneidad racial para que una sociedad se imponga y conserve su energía creativa, señala que su principal obstáculo es el sistema partitocrático parlamentario que debería ser abolido para la unificación alemana. Max Amann esperaba que Hitler escribiera su autobiografía y que se enfocara en el golpe de Múnich, por la fama que este evento había alcanzado a nivel internacional en favor del Partido Nazi, lo cual aseguraría muchos lectores; pero Hitler apenas lo menciona y evita el tema alegando que las fuerzas de represión nacional ―la policía y el ejército bávaros— habían obrado de buena fe, siendo muy probable que haya optado esta postura para no enemistarse con estas fuerzas políticas antes de tiempo.
El libro fue publicado en dos volúmenes. El primer volumen, titulado “Retrospección”, fue publicado en otoño de 1925 al precio de doce reichsmark, alrededor de tres dólares estadounidenses de la época. Durante el primer año se vendieron apenas diez mil ejemplares. Pese a que los nazis arguyeron haber vendido 24 000 ejemplares en el primer año, con tendencia alcista, los documentos que los Aliados confiscaron a la editorial nazi en 1945, desmintieron estas afirmaciones; en realidad el libro se vendió lentamente y las ventas no mejoraron en los siguientes años. En 1928, se publicó el segundo volumen, titulado “El movimiento nacionalsocialista”; pero las ventas cayeron a menos de la mitad en comparación con el año anterior. Después de que el Partido Nazi perdiera las elecciones ese año, Hitler creyó que las razones de su fracaso electoral y editorial eran porque el público no había entendido a cabalidad sus ideas. Así que se retiró a Múnich para hacer una continuación del Mein Kampf centrada en la política exterior. La editorial del partido nazi no auguró resultados positivos para este nuevo libro, debido al escaso índice de ventas de su primer libro o porque revelaba demasiado sobre sus propósitos bélicos; así que fue guardado por su editor y no se supo de su existencia hasta 1958 (En 1962 la editorial española Juventud lo publicaría con el título Raza y destino). Sin embargo, la Gran Depresión en Europa incrementó la popularidad del NSDAP, al igual que las ventas de Mein Kampf; otra causa pudo ser el hecho de que en 1930 se publicara una edición más económica del libro. De este modo, hacía 1932 ya se habían vendido en Alemania 80.000 ejemplares.
En 1933, cuando Hitler llegó al poder como absoluto “Führer” (líder), las ventas del libro se incrementaron, vendiéndose hasta un millón de ejemplares, siendo el libro más vendido durante este período, después de la Biblia. El ritmo de las ventas prevaleció hasta la caída del régimen nazi. Debido a que la principal fuente de ingresos de Hitler era la venta de su libro, en 1933 ya podía disfrutar de sus derechos de autor de manera holgada. Se había vuelto millonario y se convirtió en el autor alemán más próspero de su nación.
Durante el gobierno de Adolf Hitler, se acostumbraba regalar a los novios la edición especial de los dos volúmenes el día de su boda, y se regalaba también a los estudiantes cuando se graduaban. También hubo una edición de mochila que desde 1940 los soldados debían portar en sus campañas para no menguar la confianza en el Tercer Reich. Incluso los ciegos podían leer Mein Kampf, ya que se vendía una edición en braille. Al final de la guerra se habían distribuido sólo en Alemania aproximadamente 10 millones de ejemplares del libro, y había sido traducido a dieciséis idiomas"...

De la presentación de Mi Lucha, sello editorial Funesta, 2021