jueves, 22 de octubre de 2020

LA PRIMERA TRADUCCIÓN DEL DRAMA "OLLANTAY" AL CASTELLANO POR SEBASTIÁN BARRANCA

Sebastián Barranca (Acarí 1830 - Lima 1909) es el sabio peruano que dio a conocer al mundo en lengua castellana, este inmortal drama anónimo, originalmente escrito en quechua; cuyo polémico origen aún no se encuentra del todo definido. La editorial arequipeña Trilobites, realiza un rescate editorial de esta primera traducción al castellano, con introducción prólogo y notas aclaratorias del propio Sebastián Barranca.
Previamente, esta edición inicia con este preludio:

DRAMA DE UN DRAMA

Para sostener la existencia de una literatura incaica, mucho se debatió respecto al idioma quechua y sus tradiciones orales heredadas del universo incaico. Si partimos desde la premisa etimológica de que la literatura es el arte de la palabra expresada a través de las letras o la escritura, rápidamente se nos niega que el imperio de los Incas, a falta de escritura, pueda considerarse como una civilización cultora de este arte. Sin embargo, como bien sabemos, el trasfondo que persigue el arte literario es la expresión de las ideas y los sentimientos humanos arraigados en todas las culturas alrededor del mundo; con ello, también nos damos cuenta de cuán facultadas están las tradiciones orales incaicas (mitos, poemas y canciones) de llamarse literatura. Esta ambigua contrariedad continúa acosando hasta nuestros días al elemental aporte que la cultura incaica ha tenido para el Perú de nuestros días.
El teatro, cuya palabra fuese traída por los españoles de la conquista, se instauró y cultivó durante el tiempo colonial (autosacramentales, dramas y comedias) como una mejor forma de llevar el mensaje de la doctrina cristiana y la cultura europea al pueblo indígena. José María Arguedas nos dice: “...Los sabios consejeros de la administración colonial comprendieron claramente que el único modo de lograr la conversión del indígena era la de difundir la doctrina católica en el lenguaje de la población nativa, y consiguieron su propósito aunque no plenamente...”. Así, se dieron a las creaciones quechuas talentosos autores como: Gabriel Centeno de Osma con El pobre más rico; Juan de Espinoza Medrano, “El lunarejo”, con El hijo pródigo y autores mestizos muy discutidos u olvidados, no siendo el caso de sus obras, como Los rigores de un padre y generosidad de un rey o el Usca Páucar. De los mencionados, sus representaciones públicas en quechua fueron permitidas en un esfuerzo por educar al pueblo, contener la sublevación indígena o erradicar el paganismo. Pero, ¿existió el teatro en el antiguo Perú? Las pruebas objetivas señalan que no, al menos en el sentido europeo como lo conocemos; sin embargo, hay autores como el Inca Garcilaso de la Vega quien afirmó que la cultura incaica entendía aquel campo literario, identificándolo en una especie literaria conocida como Wanka: una épica dialogada, de carácter histórico, narrada en cantos corales, siendo esto lo más semejante al entendimiento del teatro.
Abundantes copias de un manuscrito en quechua salieron a la luz a finales del siglo XVII, el nombre de esta obra apócrifa se llamaba Los rigores de un padre y generosidad de un rey, que cuenta la historia de rebelión de un general Inca llamado Ollanta contra el poderoso Pachacútec, debido a que éste último le niega el amor de su hija, la princesa Cusi Coyllur, la misma que padece la crueldad de su padre encerrada en una celda, sin siquiera estar cerca de su hija, fruto de sus amoríos con el general. Ollanta entonces opta por la rebelión en busca de justicia por la humillación sufrida; y esa es la historia que -como Odiseo en La Odisea- hará conocidos los avatares del héroe incaico Ollanta en el ahora famoso drama Ollantay. A partir de estos documentos, a decir de sus poseedores, se cuenta que su origen era prehispánico y que había sido representado y hecho público en la Plaza de Tinta (Cusco), preparado por José Gabriel Condorcanqui (Thupa Amaru II) para excitar los ánimos del pueblo hacia la sublevación contra la corona española. No deberíamos consentir que los investigadores Johann J. Von Tschudi y Clements Markham, extranjeros fascinados por la cultura incaica, fueran seducidos por tales rumores y sus averiguaciones literarias faltaran a la verdad, y se entenderá por qué.
Tres son las teorías que quieren dar noticias de la procedencia del Ollantay:

La teoría incaísta, donde nace la confirmación de una leyenda, expuesta por el abogado José Palacios en el diario Museo Erudito del Cuzco, donde Palacios hiciera una reseña histórica sobre el rebelde Ollanta cuyos actos culminan en su ejecución por parte de Huayna Cápac; acotaría luego que un cura de Sicuani, Antonio Valdez, escribió un manuscrito basándose en ello, pero cambiándole a un feliz final. Este último detalle fue ignorado por el lingüista y explorador Von Tschudi, quien durante sus viajes al Perú (1838-1842) colaborando con Mariano Rivero para la publicación de Antiguedades peruanas, nunca llegó al Cusco y sus publicaciones sobre la lengua y literatura quechuas aparecidas en Antigüedades (1851) no hacen ninguna referencia al Ollantay. Pero en Viena (1853) se hacen públicos por primera vez fragmentos del Ollantay en su libro DIE KECHU SPACHE, omitiendo cualquier autoría; según dijo, consiguió una copia en La Paz fechada en 1735. Pero hay razones para suponer, como Barranca, que al estar Tschudi en Viena, quien debió proporcionarle las noticias del drama cusqueño y una probable copia, pudo ser el viajero y artista Moritz Rugendas, que tuvo contacto con Mariano Rivero cuando hacía turismo en Cusco (1847). 
Del mismo modo Markham que llegó a entablar diálogo con el anciano Justo Pastor Justiniani y de quien recibió una copia literal, sólo atribuye al cura Antonio Valdez la autoría de la obra física, por primera vez escrita en quechua, mas no el contenido. Motivado por las declaraciones de Fidel López, hace así público en 1871 su libro en inglés APU OLLANTAY A drama of the time of the Incas sovereings of Peru. Dando a entender que la obra se remonta a tiempos incaicos (1470 D.C.), es decir que ya existía cuando Thupa Amaru II la hizo representar, y su autoría es desconocida. 
El mencionado Vicente Fidel López, por ejemplo, afirmaba -en el año 1770- que su padre, que era amigo del cura de Sicuani, había oído decir a éste que aclaró con una nota en el manuscrito original que el drama se remontaba a 300 años de antigüedad, aproximadamente durante el gobierno de Huayna Cápac; así que por este rumor la pieza debía ser prehispánica.
Sostienen que la composición de la obra fue ordenada, según suposiciones de Gavino Pacheco, por los súbditos de Huayna Cápac para elogiar a su padre Túpac Yupanqui y ganar sus favores. Precisamente se contrasta con la afirmación de que Huayna Cápac había ordenado construir la fortaleza de Ollantaytambo en el pueblo de Tambo, donde se suscitó la historia mítica del rebelde Ollanta. De este modo la presentaba como la viva prueba de una preexistente pieza dramática que se creyó perdida, pero que pudo ser celosamente custodiada por la última línea de “honorables” amautas o quipucamayocs que finalmente la transmitieron de forma oral a un copista mestizo y docto en la escritura y las artes. El sustento de la historia mítica llamó la atención de Sebastián Barranca y Luis Valcárcel, quienes confirman que el poblado de Ollantaytambo no se llamaba así antiguamente y que el cambio de nombre confirmaba la existencia de una tradición perpetuada en el folclor incaico.
El Dr. Augusto Tamayo Vargas, dice que la obra colonial se hizo sobre una original pieza incaica; que los motivos de rebelión de Ollanta debieron haber sido por un afán de venganza y no por honor, como lo haría un rebelde, conciliando ligeramente con el manuscrito que, en un supuesto caso, habría adecuado Antonio Valdez. Omitiendo el episodio romántico que es difícil probar, no se le escapa, que la mayor parte de los personajes de la obra son reales y que, refiriéndose a la traición en la obra, el indulto a Ollanta es una maniobra política de Túpac Yupanqui, ya que si lo ejecuta, todo el grupo racial de los Antis se volvería enemigo del imperio. Aunque por otra parte Tauro del Pino dice que los Incas caracterizaban su reinado con un acto poco común, y el perdón a Ollanta es una buena oportunidad (porque el perdón es una cualidad humana y no exclusiva de la cristiandad). También con ello el Inca era capaz de demostrar su magnanimidad y omnipotencia. 
Sebastián Barranca recogió todas las bases del sustento de la teoría incaísta y presentó su lista en la publicación Ollanta ó sea la severidad de un padre y la clemencia de un Rey (1968), que fue la primera traducción que se hizo del quechua al castellano. A su entusiasmo por la teoría incaísta daremos pie más adelante.

La teoría colonialista es planteada por Leopoldo Vidal Martínez, sosteniendo que el perdón  de Túpac Yupanqui, es un mensaje cristiano, y que el sacerdote Villac Umo en la obra, no aporta un papel ni actitud pagana.
Bartolomé Mitre, supone que el drama Ollantay contiene un gran sentimiento del honor, ese mismo que distingue a las grandes historias épicas europeas, típico en obras como El Mío Cid y La canción de Rolando.
Muchos partidarios de esta teoría como el Dr. Jorge Pucinelli se abrazan a la forma de la obra, como es el hecho de su métrica colonial (el predominio de los octosílabos) en veces defectuosa, el desarrollo de la trama (actos, escenas), el carácter y función de los personajes que son del más clásico estilo español. Pero reconocen que quien lo escribió, el cura Valdez, buen conocedor de la cultura andina, recogió auténticos cantos quechuas, yaravíes, y su casi perfecto dominio del idioma nativo mejoró la percepción que los lectores tenían del drama, haciendo creer que debía ser obra de procedencia incaica. Esto compensó las cualidades dramatúrgicas que Antonio Valdez no poseía.
El Dr. Carlos D. Valcárcel sostiene que el autor pudo haberse fijado en las formas occidentales porque la forma quechua se había quebrado. Esto mismo indica Ricardo Palma, al referir que la creación es colonial por todos los recursos que presenta para su desarrollo, aunque está sembrada en una tradición quechua que conocía el copiante.
Raúl Porras Barrenechea y Salazar Bondy advierten que la poesía incaica se estancó en la etapa coral, y no alcanzó la etapa teatral; que la obra es quechua porque fue escrita en quechua, pero no es una obra de creación incaica. La poesía incaica es superior al drama Ollantay. 
Parece estar en la voz de Raúl Porras Barnechea el veredicto final a la controversia, en él se acentúa la difundida afirmación de que el autor es el cura de Sicuani, Antonio Valdez, quien redactara el original en 1770, esto confirmado por Justo Pastor Justianiani y Apu Sahuaraura Inca, aparentemente discípulos y también copistas de la obra. Barrenechea puntualiza estos detalles: El molde es español, aunque el drama incaico; el uso de palabras españolas como: rufián, guadaña, gato; en otros teatros primitivos la mujer no interviene pero en Ollantay sí; la existencia de un personaje gracioso (Piqui Chaqui) confirma la procedencia española; la comparación entre la blancura de la nieve y el rostro de la mujer es propio de la lírica europea; y finalmente que en el orden imperial incaico era impensado presentar los amores de una princesa Inca con un plebeyo ni representar el perdón a una falta contra la sangre y honor imperial como de la que es culpable Ollanta.  
Pero los incaístas sostienen que Ollanta no es ningún plebeyo, ya que había alcanzado el rango de noble por privilegio en base a su esfuerzo y valentía, de manera que su demanda podía considerarse parcialmente justa y debió haber tenido sentido en la realidad. Mas la interpretación de la investigadora Zoila Vega sobre este punto vuelve a diluir la visión de una justa demanda del noble privilegiado, pues sostiene que no había cabida histórica, basándose en la cruel y dura competencia que los propios familiares de sangre real demostraban por hacerse del poder, tal fue el caso de la lucha entre Huáscar y Atahualpa; por lo que indultar a un criminal de sangre no real y otorgarle un importante cargo político cerca al trono (como sucede la escena sexta del tercer acto), es muy inverosímil.
De manera concluyente, en una entrevista, Porras Barrenechea señaló que la prueba más fehaciente de que el Ollantay es una creación de la literatura quechua colonial, es la declaración del cura Sahuaraura, quien en un manuscrito que conservó el Padre Barriga en Arequipa, se refiere a Antonio Valdez así: “Este celoso y virtuoso Párroco fue muy amante de su patria, amaba con ternura a la desgraciada descendencia de la sangre real a quienes él conoció y fue amigo íntimo del que escribe”. Y hablando sobre el drama Ollantay “... dijo que en ella más había escrito como poeta que como historiador, por esta razón al fin de esta dará alguna ley, del que oyó a sus labios, el que escribe”. A José María Arguedas le habían convencido las conclusiones del Dr. Barrenechea, aunque tal vez hubiera evitado decir: “... Parece comprobado que el Padre Valdéz hizo representar por primera vez el drama ante Túpac Amaru, el inca colonial que organizó la primera gran rebelión contra el poder español en América”; lo que ha resultado ser siempre una idea muy atractiva para los apasionados tupacamaristas.

La teoría ecléctica opta por ser una intermediaria, une a las anteriores, aceptando los factores más probables de cada una. Acepta la existencia del drama en tiempos incaicos y que tal vez fuera representada durante las fiestas imperiales. Pero cuya versión original fue copiada varias veces de una o más fuentes indígenas o mestizas que la conocían de antaño o la recogieron por escrito, resultando en diversos manuscritos, y uno de ellos adaptado por los hispanos para su escenificación, en cuanto a los arreglos de escenas, personajes, lenguaje y técnica dramática durante el siglo XVI, hasta hacerse mejor conocida la versión escrita por el padre Valdez en el siglo XVIII. Personalidades como José de la Riva Agüero y Ricardo Rojas han sido los gestores de esta opinión. De aferrarnos a esta teoría, lamentablemente no ayudará a saber cómo y cuan diferente fue la obra incaica original y todas las aristas que Jorge Basadre también animaba a creer. 
Celebraciones religiosas y culturales como el hasta hoy conocido Wawa Inti Raymi, instaurado desde el gobierno de Pachacútec, apuntan a la esperanza de algunos, de no estar equivocados en la procedencia prehispánica del afamado drama que, gracias a la intención moralizante del cura Antonio Valdez, vive para la posteridad, despertando hasta hoy la curiosidad del mundo entero que reconoce la grandeza de nuestra cultura y la viva herencia de nuestros antepasados en el idioma quechua.
(...)

De Ollantay, Editorial Trilobites, 2020.




180 páginas
20 x 13
Tapa blanda
Papel avena
Edición bilingüe (español-quechua)

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